viernes, 27 de marzo de 2009

¿ES TAMBIÉN UN DÍA PARA LA MUJER INDÍGENA?


¿ES TAMBIÉN UN DÍA PARA LA MUJER INDÍGENA?



Laura Fernández-Montesinos Salamanca



Es difícil hacer una valoración selectiva de aquellas personas a quienes van destinadas las celebraciones occidentales, las cuales, si bien originalmente fueron pensadas como una rememoración de eventos terribles que no han de repetirse, o bien para el reconocimiento social de grupos o personas poco valoradas, últimamente nuestra manía de naciones económicamente afectadas por el irrefrenable consumismo, nos ha llevado a utilizar tan determinantes y dignas celebraciones, en post del consumismo más que de la solidaridad. Sin comprender el verdadero sentido de estos días como eventos históricos repudiables, nos limitamos a regalar o visitar a los festejados sin más.


Claro está, que todo depende de quiénes y cómo lo hagan. Sin embargo, siempre habrá quién tome estas fechas como materia comercial, sin pensar en que para muchas, el sufrimiento es un estándar de vida permanente, un suplicio por maltrato, violencia, marginación o segregación.


El origen, en este caso el día de la Mujer, de estas marcas de fechas conmemorativas en el calendario, es lo verdaderamente importante sobre lo que avocarnos. El que el día de la mujer se haya establecido tras un crimen totalitario contra mujeres trabajadoras, implica una autocracia machista del que la sociedad actual no se logra liberar. Nunca habrá una equidad de género que deje satisfechos a todos, pues cada cual tiene funciones diferentes, y por lo tanto el trato ha de ser diferente, si bien el respeto y los derechos deberían ser equitativos y acordes con las funciones y las capacidades de cada uno de nosotros, sin favorecer a ninguna parte ni a un ser sobre otro. Como esto es una utopía, se han creado estas conmemoraciones. Para recordarnos a todos que sí tenemos derechos por los que luchar, y justicia que hacer cumplir. Que todos somos diferentes, pero debemos gozar de las mismas oportunidades.


Sobre esta cuestión, la pregunta que surge es simple ¿Está el día de la mujer destinado a todas?


El día de la mujer supone un reconocimiento social a la labor de ellas, de nosotras, de todas, que desde hace siglos, y gracias, en gran medida a las instituciones eclesiásticas, han y hemos sido constantemente vilipendiadas, segregadas y utilizadas, mientras todo tipo de leyes, costumbres y tradiciones, daban preponderancia a los hombres sobre las mujeres. La excusa para obligarlas a trabajar más tiempo y más duro, sin permitirles acceso a la educación, a su derecho natural y legítimo de sentir placer sexual, a ser usadas para las prácticas más lesivas y abusivas, y al maltrato físico y psicológico.


Desgraciadamente muchas de éstas prácticas siguen vigentes. México por ejemplo, donde una gran parte de la población autóctona sufre discriminación por razones principalmente raciales y netamente económicas, y donde las mujeres indígenas son tratadas prácticamente como animales de granja.


Aquellas personas o sectores de la población que no son productivos para la sociedad dominante (no pagan impuestos, por ejemplo) suelen ser rechazados con vehemente violencia. (Hay que tener en cuenta que la pobreza y la exclusión son formas manifiestas de violencia). Si además, no están insertos en la sociedad dominante: no usan la misma vestimenta, ni practican las mismas costumbres, la exclusión es aún más evidente. Casos verdaderamente estremecedores son las constantes y mudas muertes de campesinos (Aguas Blancas y Acteal son ejemplos conocidos. Hay miles más que se desconocen y no son denunciados) en una clara política de exterminio por parte de los diferentes gobiernos, por no ser productivos para el país, no fomentan la corrupción, pero generan gastos y muchos dolores de cabeza con sus constantes reivindicaciones por equidad de justicia y derechos.


Dentro de este sector, ya segregado por su raza, condición económica, social o cultural, las mujeres son el grupo más desfavorecido. Son las mujeres indígenas quienes más sufren de discriminación. Ya sea dentro de su sociedad o fuera de ella.


Con frecuencia son buscadas para realizar los trabajos más pesados. O porque suponen mano de obra tan barata, que sus servicios rayan en la servidumbre medieval. Carecen de los servicios básicos a los que todos tenemos derecho, como sanidad y justicia, horario legal de trabajo, pago por horas extras, días libres y salario justo. Sufren con triste frecuencia abusos sexuales por parte de los patrones. Cuando esto sucede y se embarazan o se contagian de enfermedades de transmisión sexual, terminan siendo expulsadas del trabajo, rechazadas por su comunidad, y tratadas peor que prostitutas, igual que sus hijos. Son utilizadas por los hombres para saciar sus instintos, y como bandera política por grupos o instituciones que no buscan verdaderamente favorecerlas en sus derechos y en el respeto que merecen, sino en atraer votantes y recursos para sus propias causas.


A las que permanecen en su comunidad la vida no les resulta más sencilla. En ciertas localidades de Chiapas, en las comunidades serranas más remotas de la Sierra de Zongolica, Oaxaca, Guerrero y Michoacán, muchas niñas son vendidas o entregadas en matrimonio a hombres adolescentes o adultos, que abusan de ellas desde su más tierna infancia. La muerte o el abandono del esposo suele representar un alivio, e incluso menor carga familiar, por la nula colaboración del hombre. La respuesta a las preguntas de los hijos son claras y estremecedoras: -Mejor así, mijito, mejor que se haya ido.


Las indígenas son abusadas sexualmente con lastimosa frecuencia, tanto por los hombres de sus propias comunidades, como por foráneos. Casos conocidos y evidentes son las cuatro niñas violadas en Michoacán por soldados del ejército, y la tristemente famosa Ernestina Ascencio de Atzompa (Sierra de Zongolica, Edo de Veracruz), cuyos casos han sido incluso desestimados por los derechos humanos federales, lo que da idea del estado de indefensión en el que se encuentran, el descrédito de su situación, y la nula importancia que tienen tanto para las autoridades, la justicia, como para los hombres en general.


Es una vergüenza que las mujeres indígenas, sean sin embargo, pilares básicos para su comunidad. Son quienes realizan el trabajo más duro, laboran la mayor cantidad de horas, sin dejar de traer al mundo en tan penosas condiciones a las criaturas, que sufren desnutrición por la pésima alimentación de sus madres, el trabajo excesivo, las malas condiciones higiénicas, y en muchas ocasiones el maltrato, sin contar con la escasa educación, cuando la hay. Y sin embargo las cosechas, y por ende la alimentación, depende primordialmente de ellas. Aumentémosle a esto las pesadas labores del hogar y la crianza de los hijos. Los partos en condiciones primitivas, la enorme cantidad de defunción infantil, que supera –en las localidades más pobres- en más de un 50% a la de adultos, y solo niños menores de cinco años.


Las usamos como residuo tecnológico y como sector comercial de fácil penetración: Cerca de estas comunidades se instalan las empresas e industrias más contaminantes. Aquellas que nadie quiere cerca de su hábitat. Residuos industriales contaminan el agua de sus ríos y manantiales, en un claro asalto a sus derechos como seres humanos, pues aprovechan su ignorancia de las leyes ambientales para no ser denunciados. Y las peores consecuencias las sufren las mujeres: abortos, malformaciones congénitas, cáncer, leucemias, fallecimientos inexplicables, y un largo etcétera.


Los mineros indígenas son tratados con tanto desprecio, que carecen de todo tipo de servicios básicos, y suelen padecer graves enfermedades que acortan su vida, cuando no mueren en unos diez años. Los fallecidos en Pasta de Conchos dejaron a cientos de mujeres en la más completa indefensión. Sin recursos, sin empleo, con hijos que alimentar, y sin cuerpos que enterrar.


La basura publicitaria y comercial ha encontrado en las comunidades indígenas, uno de sus mejores mercados. Están tan afectadas y contaminadas por el consumismo que el mundo occidental, a través de la nefasta televisión, les ha enviado en bien de su progreso, que su acervo cultural, ya deprimido por la sociedad dominante (que empezó siendo la conquistadora), lengua, costumbres, y tradiciones, cuyas impulsoras y transmisoras suelen ser las mujeres en mayor medida, prácticamente se han perdido irremediablemente. Empiezan a consumir todo tipo de comida chatarra sin conocer las verdaderas consecuencias que les acarrea, tanto para su salud como para su bolsillo. Además contaminan terriblemente, pues acostumbrados a tirar al campo cualquier producto orgánico, desconocen el proceso químico de los envases que no destruye el tiempo ni la naturaleza sino en cientos de años.


Éste mestizaje ha afectado enormemente la situación de las mujeres, pues de todo, es lo peor lo primero que se toma. Si en las sociedades prehispánicas existía libertad natural femenina para ciertas prácticas, el machismo español y la cerrazón eclesiástica, se impuso tajantemente, y acabó con ellas y con cualquier derecho. Si el indígena era desconfiado, polígamo y abusivo con sus mujeres, su carácter se acrecentó aún más por los vicios de los conquistadores. Y por dos frentes había ella de pelear, como hace hoy por sobrevivir. Por un lado encerrada bajo el yugo machista de los hombres de su comunidad. Por otra, rechazada por la sociedad moderna occidental, a la que difícilmente tiene acceso, si no es como empleada de hogar y siempre en inferioridad de condiciones con respecto al blanco o al mestizo.


¿Merecen estas mujeres un trato tan desigual? ¿Existe para las madres que ven morir a sus bebés por falta de atención médica, un día de la mujer que las reconozca como figuras valiosas de la sociedad? Es evidente que en una gran mayoría de los casos no. El mestizaje las ha orillado cada vez más a pudrirse de hambre y pena en los rincones más alejados. A trabajar tan duro que la edad promedio en las localidades más pobres y remotas, no sobrepasa los 45 años. Menor aún que antes de la conquista.


Ante tales injusticias, es evidente que un día de la mujer no es una celebración a la felicidad de las más afortunadas, sino una lucha por quienes no lo son. Un reconocimiento, un regalo, una flor, un abrazo, una muestra de cariño pueden ser muestras ejemplares muy valiosas por parte de quienes conocen el verdadero valor de un ser humano por el solo hecho de ser mujer, por tantos años de menosprecio social. Pero no debemos jamás olvidar que aquellos sectores más desfavorecidos merecen un reconocimiento igual de meritorio. Que las mujeres que sirven para saciar los instintos de los hombres son tan humanas y tan sensibles como la esposa que espera en la casa. Que la campesina que cultiva la tierra con sus hijos a cuestas son elementales pilares que sustentan a toda una sociedad, y nunca son reconocidas. Que las mujeres indígenas que sufren el maltrato de sus esposos porque no tienen otra distracción más que la bebida, tienen los mismos derechos que cualquier mujer profesional con posibilidad de ejercer funciones laborales y sus derechos. Que es más sano en todos los aspectos dar valor al trabajo manual de quién confecciona prendas o cualquier otro tipo de artesanías, que decantarse por ropa de marca de multinacionales hipermillonarias, a quienes solemos pagar más por la marca que por la calidad, y que además evitan la justa y equitativa distribución de la riqueza en un país, donde un 30% de la población es indígena, y sobrevive de las dádivas de los turistas que además regatean el precio de productos que no saben valorar, pues a veces llevan meses de trabajo.


Que el día de la mujer debe ser un día de reflexión y reconocimiento a todas aquellas mujeres que sufren por el solo hecho de su condición social y de su género.

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